A pesar de la incertidumbre económica y la espiral inflacionista ocasionada por la guerra en Ucrania, España no ha renunciado a su diversión. El consumo de las familias españolas ha mostrado una gran resistencia en 2022, manteniéndose en línea ascendente en cuanto a las copas por la tarde, los estrenos en la gran pantalla y el placer de sumar alguna que otra prenda al fondo del armario. Fue en el último trimestre del año cuando los hogares contuvieron sus gastos, poniendo fin a seis trimestres consecutivos de subidas (-1,8% según el INE). Sin embargo, el robusto crecimiento del PIB hasta el 5,5% se explica en gran medida por el mayor consumo y la recuperación del turismo, que fue tan golpeado durante la pandemia. El
Laureano Turienzo, presidente y fundador de la Asociación Española de Retail, apunta que la crisis sanitaria está dando sus últimos coletazos, por lo que el consumo no responde como en anteriores escenarios de incertidumbre. El especialista resalta dos grandes cambios detrás de estos buenos números: el foco en los servicios de restauración y la mayor relevancia del precio en la decisión de los consumidores. “El peor enemigo del comercio no es internet ni las compañías extranjeras, sino que los consumidores tengan miedo a gastar”, apunta directamente. Eso no sucede, apoyado principalmente por los buenos números del mercado laboral.
El paro se mantiene en los niveles más bajos de los últimos 14 años, por debajo del 13% de la población activa y muy lejos de los valores máximos de 2013. La comparación con este recuerdo aún sigue fresca, cuando se destruyeron desde 2008 3,5 millones de empleos. Ahora los efectos han sido más concentrados e intensos, pero con una salida más rápida. Además, los Expedientes de Regulación Temporal del Empleo (ERTE) evitaron la ruptura de las relaciones de trabajo y blindaron a las familias. Más de tres millones y medio de trabajadores llegaron a estar en esta situación, mientras la cifra apenas supera los 33.000 a finales del año pasado, según datos de la Seguridad Social. Esto explica, según Ibáñez, por qué los “consumidores no prevén un futuro en el que no tengan ingresos y se permitan el lujo de consumir tirando de ahorros”.
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